Hace unos años, en una conferencia que dio un conocido autor de novela histórica, alguien del público pidió el micrófono para pedirle consejo sobre cómo lograr que los adolescentes se interesaran por la Historia (quien hacía la pregunta era profesor de instituto).
De todas las preguntas que se hicieron en la conferencia, esa me pareció la mejor. Confieso que fue algo que nunca me había planteado antes. Desde que tenía quince años la asignatura de Historia fue una de mis preferidas, pero es cierto que no para todo el mundo era así. Para muchos de mis compañeros no despertaba ningún interés, la estudiaban de memoria para aprobar y ya está. En la conferencia, el escritor respondió que lo mejor era mostrar a los jóvenes los hechos históricos ocurridos cerca de donde viven, en sus ciudades, pueblos, etc. Hablarles de las batallas y luchas de poder en los lugares que conocen.
Aunque ese es un gran consejo, yo añadiría otro más: a la Historia hay que ponerle cara. Si solo la enseñamos como un conjunto de fechas y nombres, difícilmente despertará entusiasmo entre la gente joven (y más aún ahora, con la cantidad de estímulos visuales que hay en las redes). Es necesario mostrar que tras esos nombres había personas de carne y hueso, con sus intereses, deseos, limitaciones y problemas. Problemas que, en algunos casos, no eran muy diferentes de los que los adolescentes de hoy tienen.
En este sentido, la ficción histórica puede ayudar. Las novelas históricas nos muestran los hechos y rellenan los huecos con detalles que, aunque ficticios, nos permiten revivir el pasado: podemos ver a Alejandro Magno discutiendo con Filipo, su padre; o a Cleopatra, ocultándose en una alfombra para conocer a Julio César; y nos enseñan que la reina Victoria, coronada con dieciocho años, tuvo que afrontar muchas resistencias al principio por el hecho de ser mujer y tan joven.
¿Qué novela histórica recomendar a los adolescentes? Esa pregunta es más complicada, pues depende de cada persona, sus aficiones, lo mucho o poco que le guste leer, etc. Yo comenzaría por libros con cuyo protagonista el lector podría identificarse, y si más adelante le va cogiendo el gusto a la lectura histórica, ampliar según sus gustos. Por ejemplo, para alguien tímido o que encuentre difícil encajar en su entorno, las novelas El águila del imperio, de Simon Scarrow, pueden ser interesantes. Muestran a un adolescente romano de diecisiete años que, tras haber pasado toda su vida entre libros y documentos, es enviado al ejército romano y debe esforzarse por adaptarse, entrenar y aprender a tratar con el mundo de una forma mucho más directa. O si el lector es alguien a quien interesa los casos de crónica y asesinatos, le podríamos recomendar Alias Grace, de Margaret Atwood. Y si estamos ante alguien con un carácter más creativo y rebelde, la novela Retrato de casada, de Maggie O’Farrell, puede ser una buena elección.
Por suerte, estamos en un momento en el que la literatura histórica está en auge y hay cientos de títulos para cada época. Tengo pensado escribir una entrada con una lista de recomendaciones para cada periodo, pero mientras tanto, mi consejo es este: para enseñar Historia, hay que ponerle cara a la Historia.
Fotografía de Alexander Grey en Unsplash